Nutrición durante los segundos mil días de vida

La etapa de la niñez que comprende de los 2 a los 5 años, los “segundos mil días”, es crítica para establecer hábitos alimentarios que contribuyan a prevenir el desarrollo de enfermedades crónicas en el futuro.
En la Argentina, la situación nutricional actual de esa población no es alentadora: presenta baja ingesta de nutrientes como calcio, potasio, fibra y vitaminas, y elevada ingesta de sodio, azúcar y grasas saturadas. Además, 4 de cada 10 niños tienen malnutrición (un 18,6% presenta sobrepeso, un 20,6% obesidad, y un 2,9% bajo peso).

Se abordó este tema en el marco de la presentación de PROFENI (Profesionales Expertos en Nutrición Infantil), un plantel de profesionales de la salud con experiencia en temáticas relacionadas con la nutrición infantil que se unió para trabajar en conjunto en el desarrollo de propuestas para mejorar el perfil nutricional de productos alimenticios, llevar adelante investigación en este campo, comunicar para concientizar sobre alimentación y así contribuir a la construcción de infancias saludables.

Mucho se habla de los primeros mil días, que van desde la gestación hasta los 2 años, y es pertinente que así sea, porque es una ventana de oportunidad para intervenir, y que los niños puedan alcanzar todo su potencial de desarrollo y crecimiento. Sin embargo, la misma no se cierra al cumplir 2 años, muy por el contrario, los “segundos mil días” –entre los 2 y los 5 años– son también una etapa central, en buena medida, para seguir estableciendo hábitos de alimentación que acompañarán durante toda la vida y condicionarán la salud futura.

Lamentablemente, las estadísticas locales no son alentadoras respecto del estado nutricional de los niños en esa etapa, ya que la alimentación presenta déficits de nutrientes esenciales para el crecimiento y el desarrollo, como calcio, potasio, fibra y vitaminas A, C y D, mientras que es elevada en nutrientes críticos como sodio, azúcar y grasas saturadas. Específicamente, lo que se ve es una escasa ingesta de frutas, verduras y lácteos –es particularmente bajo el consumo de yogur, y además se da un exceso de ingesta de alimentos feculentos (hidratos de carbono, con preponderancia de fideos, arroz, panificados y galletitas) y carnes rojas–.

Por otro lado, en el mundo, las diferentes formas de malnutrición están creciendo, pasando del enfoque centrado en el hambre a la subalimentación crónica, carencia de micro y macronutrientes, sobrepeso-obesidad y a enfermedades no transmisibles relacionadas con la alimentación.

“Todas estas formas de malnutrición afectan al desarrollo humano, teniendo entre sus efectos un impacto en el progreso social y económico, así como en el ejercicio de los derechos humanos en sus múltiples dimensiones. La pobreza lleva a la inseguridad alimentaria, al hambre y a la malnutrición; estas ocasionan un desarrollo físico y cognitivo deficientes, lo que genera baja productividad y eso acentúa la pobreza”, reconoció el Dr. Omar Tabacco, Médico Pediatra, Gastroenterólogo y Expresidente de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).

En este sentido, los segundos mil días son una etapa central, afirmaron los especialistas: representan una oportunidad clave para promover los mejores patrones de alimentación posible, para que estos contribuyan al estado de salud general de los niños y cuando crezcan, en lugar de ser causantes del desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles, como las cardiovasculares, obesidad, diabetes tipo 2 y varios tipos de cáncer, entre otras. 

Ya está más que demostrado que la nutrición pediátrica tiene un impacto significativo en el desarrollo de enfermedades en la edad adulta. Por eso, se habla de la “prevención primordial” (que es aquella integral y anticipada que comienza tempranamente) con la implementación de estilos de vida que impidan el desarrollo de factores de riesgo.

Cerca de esta etapa (los segundos mil días) se consolida la incorporación del niño a la mesa familiar, representando un momento significativo en su crecimiento y desarrollo, porque va más allá de la acción de comer: implica aprendizaje, socialización y la adopción de hábitos alimentarios (las comidas familiares permiten observar y seguir modelos; si los hábitos de la familia son poco saludables el niño los adoptará).

De acuerdo con Alberto Arribas, Especialista en Nutrición, Presidente de la Asociación Civil Supersaludable, “la incorporación del niño y/o la niña a la mesa familiar ofrece numerosas oportunidades para su desarrollo integral. Sin embargo, es fundamental que las familias puedan ofrecer un ambiente positivo y saludable durante las comidas. Fomentar una actitud amorosa y paciente hacia la alimentación y aprovechar las comidas como momentos de aprendizaje de hábitos saludables tiene un gran impacto en el bienestar del niño”.

También es un período en el que comienza la escolarización, donde los hábitos construidos en la familia pueden verse afectados por los de sus pares. Hoy en las escuelas predominan alimentos de baja calidad nutricional: “Aparecen los snacks, las galletitas y los jugos azucarados. Muchos niños van a la escuela sin haber desayunado o habiéndolo hecho de forma incompleta, siendo lo que comen en la escuela su primera ingesta del día y, muchas veces, es poco nutritiva. Es importante ofrecerles, para esos momentos, alimentos de buen valor nutricional, priorizando frutas frescas de estación, frutos secos, semillas, cereales sin azúcar y yogur libre de sellos, con probióticos (transportado de forma segura)”, agregó Arribas.

Microbiota intestinal y los segundos mil días

En esta etapa, y durante toda la vida, sigue desarrollándose nuestra microbiota intestinal (el conjunto de microorganismos que se aloja en el intestino e interactúa con nuestro organismo con el potencial de impactar –favorable o desfavorablemente– sobre nuestra salud).

Particularmente, los nacidos durante la pandemia, que se vieron sometidos –como el de la población– a muchos meses de aislamiento, están entrando actualmente en sus segundos mil días y podrían experimentar condiciones inmunológicas desfavorables debido a una maduración inadecuada de su sistema inmunológico durante sus primeros mil días.

De todos modos, siempre pueden tomarse medidas para contribuir a modular el ecosistema de microorganismos que habitan el intestino. “Para tener una microbiota saludable, ayudan el parto natural y la lactancia materna en la primera etapa de la vida, pero luego puede complementarse con la realización de actividad física, estar al aire libre, dormir las horas necesarias para cada edad, solo tomar antibióticos cuando es estrictamente necesario y priorizar una alimentación equilibrada y diversa. Incorporar diariamente yogures con probióticos demostró el beneficio adicional de contribuir a que proliferen las ‘bacterias buenas’ en el intestino”, especificó Gabriel Vinderola, Doctor en Química, Investigador Principal del Instituto de Lactología Industrial (CONICET-UNL) y Docente de la Universidad Nacional del Litoral.

Fuentes:

– Lic. Alberto Arribas, Presidente de la Asociación Civil Supersaludable. 

– Dr. Omar Tabacco, Médico Pediatra Gastroenterólogo, Expresidente de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).

 – Gabriel Vinderola, Doctor en Química, Investigador Principal del Instituto de Lactología Industrial (CONICET-UNL) y Docente de la Universidad Nacional del Litoral.